Paisaje de la memoria

El Mundo – Febrero 1997

Autor: Marcos R. Barnatán

Identificación de dos artistas en su evocación del pasado

Suele sorprender al espectador la gran identificación que, a lo largo de los años, ha ido consiguiendo esta pareja de excelentes pintores creada por Juan Antonio Mañas (Madrid, 1946) y Brigitte Szenczi, pareja también en la vida civil, y autores de una de las aventuras plásticas más singulares de su generación.

Una asombrosa identificación de sus obras pictóricas, que afortunadamente sin perder nunca los rasgos personales de cada uno y las fuentes distintas de su inspiración, queda muy manifiesta en la exposición que celebran estos días en Madrid.
El paralelismo de las atmósferas recreadas en esta oportunidad tiene también una atadura temática muy fuerte, se trata de la fervorosa rememoración de la infancia. En el caso de Juan Antonio Mañas, reconstruyendo unos curiosos escenarios fantásticos, de arquitectura tan inquietante como imposible, y en el caso de Brigitte Szenczi, evocando escenas y paisajes centroeuropeos, pertenecientes a su peculiar reino familiar.

Aunque la luz mediterránea sea un protagonista principal en las pinturas de Mañas, voluntariamente claras en su interpretación de las estaciones, y en la de Szenczi los colores busquen un mayor espesor que colabora a oscurecerlos con levedad, y aunque el primero haga un uso más libre de los pigmentos y la segunda se mantenga dentro de la ortodoxia de la pintura al óleo, los resultados de esa mágica complicidad son realmente prodigiosos.
Crear esos intensos paisajes de la memoria, bucear así en el pasado, y restituir un mundo perdido con una calmosa voluntad es una empresa poética muy difícil que ellos resuelven con elegancia proustiana.

La naturaleza escarpada de una Hungría soñada, en la que se mezclan las postales de alta montaña, de tanta potencia romántica, con bosques, puentes y lagos, sembrados de esculturas fantásticas son el escenario buscado por Brigitte Szenczi para transportarnos en el tiempo. Un mundo recuperado de viejas fotografías, con los personajes familiares, pero inmersos en un paisaje que nos habla también de los sueños.

En Juan Antonio Mañas la vida cotidiana, el día a día de una casa simple, el interior y el exterior del hogar, tiene su mágica poética. Él se encarga de que lo previsible se convierta en imprevisible, y ahí radica el interés de sus escenarios condensados, donde hay destellos elegíacos también, pero bajo un óptica siempre rigurosa.

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