Catálogo de la exposición Caminos y confluencias

Galería Arco Romano de Medinaceli, del 26 de agosto al 16 de octubre de 1995

Autor: José Carlos Gallegos

Yo era un tonto…

Cuando, en la década de Oro, los surrealistas acuden a la ceremonia del té que había convocado Alicia, cuando, en esos años veinte, Alberti descubre los guantes de Charlot, el paraguas de Harold Lloyd y los ojos de vaca de Búster Keaton, sin duda sabían que el objeto de la imaginación es más amplio que Nínive. Lo había dicho Calderón, y ellos se dedicaron a mostrárnoslo. Tal vez por eso fue el Cine (con mayúscula), y tal vez por eso fue Nínive (con mayúscula): para conocer el Cine y para conocer Nínive hay que reconstruirlos.

No es pues, casual este viaje, ni el recorrido por cierta historia de este siglo, de De Chirico, Savinio y Dalí a Brancusi y Kenry Moore e incluso Malevic y Fontana, ni son casuales las salidas del propio camino y el quebranto de las propias leyes, como diría Goethe, ni el silencio, reconcentrado y melancólico, que desprenden estos cuadros.

La Nature, la Nature sans bruit! Grèves désertes et silencieuses; au loin sur les mers laiteuses et d’une tranquillité inquiétante, un soleil rouge, disque de drame, disque solaire s’enfonçait avec lenteur dans les vapeurs de l’horizon.

G. De Chirico, Sur le silence

Nínive y el Cine son ya un mito, y hay que partir de la leyenda y rastrear las huellas esparcidas en la arena del desierto para comprender sus orígenes. Es, por tanto, un viaje a la inversa, un viaje a través de la memoria, que es el único medio para apartarse del espantoso espectáculo de la inmovilidad cotidiana, el único para contemplar la inmovilidad del sol (Mallarmé) y el único para desplegar las imágenes que nos llevan al futuro. B. Szenczi y J. A. Mañas conocen el camino, y, posiblemente, el punto de llegada, o tal vez iniciaron el viaje confiando en la intuición y en el bagaje de la historia de la pintura y del pensamiento que ambos poseen, pero es lo de menos, los títulos de sus cuadros no son sólo una declaración de intenciones, sino la primera visión y la primera aproximación crítica a lo que no está en la obra, a ese límite en el que la obra deja de ser lo que pretende ser, porque ahí se encuentra el desorden que la posibilita para ser de otra manera. Es sabido que vemos lo que sabemos, aunque se puede ir más allá (…y lo que he visto me ha hecho dos tontos) siempre se puede ir más allá, y cuando la pintura, el arte, reposa en sí misma, se asienta en la realidad y es, como las cosas, injustificable, consigue su finalidad perversa, la de renovar y remodelar interminablemente la imagen del mundo y de nuestra relación con el mundo. Las intenciones y el recuerdo, El espejo de Alepo, La antorcha al oído, El pájaro en la jaula, Más lejos todavía, Desierto imaginal, El hijo ausente, O, V, Z, Medusa, Equilibrio, Columbario… son la primera reflexión y la primera interrogación, doble, a ese silencio, al que está y al que no está, al que la obra produce y al que produce la obra. Pero son, de igual modo, la puerta por la que B. Szenczi y J. A. Mañas nos invitan a pasar a todos los espectadores no-inocentes (ninguna visión lo es) de sus obras. Y si tal vez la culpa nos hace penetrar cubiertos con un escudo bruñido que nos sirva de espejo, Brigitte y Juan Antonio nos ofrecen, con un gesto de ironía, ese espejo. Un espejo que, al reflejar la cabeza de la Gorgona, refleja nuestra propia imagen, imagen reflejada sobre otra imagen, retrato de dos cuerpos que no están ahí, que se hacen y se deshacen, que se funden, se confunden y se estorban. Esos ojos, que nos desean y nos detestan, que nos devuelven la mirada, se abren en el centro de nuestro propio cráneo, son la trasgresión no confesada y la ley no declarada, un sueño granítico que nos convierte en piedras.

Toma mia prima felicitá

La gioia abita le estrane città,

Le nuove magie son scese sulla terra,

Città di sogni insognati,

Costrutté da démoni con santa pazienza,

Voi fedele canteró,

Un dia saró anch’io statua solitaria,

Sposo vedovo sul sarcófago etrusco,

Quel giorno materne stringetemi,

Nell’abraccio vostro grande,

Di pietra.

G. De Chirico, Epódo

El cuadro como reflejo de la estructura invisible que lo sustenta. Pero también productor de infinitas imágenes, infinitos paisajes, con capacidad para infinitas reduplicaciones, hueco de la imagen, por tanto, que tiende al vacío por exceso de sentido, al equilibrio imposible, a un lenguaje incandescente que hable de sí mismo (O,V,Z), al lienzo en blanco, al silencio, a la nada.

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